El Pais
By Julián Carrillo
January 22, 2018
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Honrar al padre - El director Dennis Russel Davies corona en A Coruña un gran concierto con la Sinfónica con una versión de referencia de Haydn

La Orquesta Sinfónica de Galicia (OSG) celebró el pasado viernes en A Coruña su noveno concierto de abono de los viernes de esta temporada. Tras la reciente semana gallega de Krzysztof Penderecki, la visita de un gran director como Dennis Russel Davies (Toledo, Ohio, 1944) cuyos conciertos con la OSG se cuentan por grandes éxitos. Así fue en sus dos últimas visitas, como aquella espléndida Segunda de Beethoven de 2014, que coronó un precioso homenaje a Richard Strauss, y el recentísimo de mayo de 2017 en el que junto a un Bruckner para enmarcar ofreció un Haydn de un intimismo arrebatador con cuatro profesores de la OSG como solistas.

Y una vez más fue Haydn la firme base de un nuevo éxito de Russel Davies con la Sinfónica, con una versión de referencia de su Sinfonía nº 86 en re mayor, que remató un concierto bien variado en épocas y estilos pero de idéntica y enorme calidad, tanto en las obras como en sus intérpretes.

Las tres obras en programa fueron fruto de tiempos convulsos, como destaca Xoán M. Carreira en sus siempre informadas e informativas notas al programa. La versión de Russel Davies de la Suite de danzas de Béla Bartók fue una traducción sonora bien adecuada de la miscelánea de etnias que suponía la Hungría de 1923, año de composición de la obra.

La extraordinaria expresividad de manos y batuta del director toledano fue para cuantos ocupaban el Palacio de la Ópera coruñés una inestimable gran guía visual. Subrayó con ella toda su intepretación en los distintos ambientes de las piezas, desde un sonido prácticamente árabe por sus escalas y armonía al aire absolutamente zíngaro previo a la recopilación final.

La Sinfónica respondió con su maleabilidad y gran calidad de sonido habituales. Graal Théâtre (Teatro del Grial), para violín y orquesta, de Kaija Saariaho (Helsinki, 1952) tuvo una intérprete idónea en Jennifer Koh. La violinista estadounidense de origen coreano imprimió a su parte solista todo el contraste de garra y delicadeza que se puede extraer de un violín. Sus temas sobre el sonido del glockenspiel o la celesta fueron un prodigio de suave transparencia.

El contraste con arpegios interminables y llenos de una fuerza rayana en la furia –subrayados por Koh en varias ocasiones con un taconazo final- subrayó el dramatismo de la obra de la autora finlandesa. Fue esa interacción prácticamente perfecta con los sonidos de una gran orquesta sinfónica que la propia compositora demanda en su explicación de la obra.

Y Haydn. El genio austriaco es prácticamente un compositor fetiche para Russel Davies; no en vano es el único director que tiene en su currículum la grabación de su integral sinfónica. Su exhaustivo conocimiento de esta p roducción haydniana y su profundidad de concepto hacen que cada interpretacción de una de sus obras sea una verdadera clase magistral de dirección y, sobre todo, de intepretación.

La lección del viernes en el Palacio de la Ópera de A Coruña (el concierto se había interpretado el jueves en el Teatro A Fundación, de Vigo) comenzó desdde la introducción (Adagio) del primerm ovimiento. Fue un prodigio de sobriedad y elegancia (claro que no existe esta sin aquella) en una transición casi imperceptible de la solemnidad sin aspavientos a la alegría más apacible. Y esta continuó llena de firmeza hasta el final del movimiento.

El segundo, marcado Capriccio. Largo, transcurrió entre alguna suave sorpresa -armónica y melódica en este caso- que era digno anticipo de las que años más tarde le harían famoso y rico en Londres. El conocimiento de su público parisino y de su patrón austriaco –la obra está fechada en 1785-86- debió de ser también la fuente de inspiración de un Minuetto-Trio-Minuetto de especial elegancia, en el que el Trio parece la sublimación palaciega de un ländler campesino.

Música de una doble ida y vuelta entre el rural austriaco y París, con escala en el Esterháza de su patrón. Y tal sinfonía en tal concierto solo podía tener un espléndido final, algo a lo que Haydn nos tiene más que acostumbrados y que el viernes fue la mejor leccción del maestro Russel Davies. Su Allegro con spirito, más allá de una mera y correcta utilización de lo que siempre llamamos eficacia conclusiva haydniana, fue una auténtica exégesis de esta maestría del padre de la sinfonía.

Russel Davies dejó perfectamente claro en su intepretación -con toda la elegancia de una estructura evidenciada por los rayos X- el porqué y todos los porqués -melódico, dinámico, armónico y rítmico- que explican la justicia del ya tópico sobrenombre de Haydn: el padre de la sinfonía. Si es mandato divino honrar a los padres, hay que reconocer que pocos pueden ser tan buenos hijos como el director estadounidense.

 

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